Enheduanna: la primera transmutación - Capitulo 6
Hace más de cuatro mil años, en una tierra fértil
entre dos ríos, nació lo que hoy llamamos civilización.
Mesopotamia no fue solo cuna de escritura, leyes y ciudades.
Fue también cuna de mujeres que ejercían poder real. No desde la sombra, sino
desde el centro.
Esto no es ficción. Está grabado en arcilla, en
códigos lunares, en himnos que aún vibran bajo la piel del tiempo. Las mujeres
en Sumer y Acad dirigían templos, escribían textos sagrados, poseían tierras, y
en algunos casos, gobernaban.
El poder femenino no era excepción: era estructura.
Y entre todas ellas, una brilló con verbo propio: Enheduanna.
Sacerdotisa del dios lunar Nanna, hija del rey Sargón de Acad, y la primera
persona en la historia en firmar sus escritos.
Fue mujer. Y fue estructura. No excepción, no
anomalía. Fue parte del diseño original.
No solo heredó poder por sangre. Lo encarnó por verbo, por
rito, por tierra.
Ejerció autoridad sobre templos, sobre himnos, sobre
decisiones que movían imperios. Su firma en las tablillas no era adorno: era
decreto.
Fue una de las Halconas sembradas en la tierra,
colocada en el barro ancestral para despertar cuando el mundo estuviera listo.
Y cuando despertó, rompió una fractura ontológica que había sostenido
siglos de silencio.
Antes de ella, el mundo era nombrado desde una sola voz: la
masculina, la imperial, la vertical.
Ella fracturó ese eje. Abrió una grieta en la ontología del
poder, donde el verbo femenino pudo entrar, donde la experiencia encarnada de
lo ritual, lo lunar, lo vibracional pudo ser nombrada, escrita, firmada.
Desde esa grieta, entra la luz.
Y cuando los enemigos la rodearon, cuando fue expulsada de
su templo, el barro comenzó a susurrar. Las tablillas que había escrito
temblaban levemente, como si quisieran hablar.
La Halcona descendió. No como visión, sino como
aliento. Le respiró al oído desde las raíces, desde el polvo lunar.
“Tú representas la tierra. Tú eres la que
sostiene. Tú eres la que canta y no cae.”
Ese aliento le dio fuerza. Le dio seguridad. Le dio vuelo.
Pero no estaba sola. Desde Auralith, el núcleo
vibracional donde se gestan las Halconas, llegaban las ondas de la Halcona
Madre. No eran palabras. Eran pulsos. Fuerza. Valor.
Thalith, la Halcona de la tierra, emergió desde el
barro. Sus alas eran raíces. Sus ojos, obsidiana. Se posó sobre los pies de
Enheduanna y le sembró firmeza.
Thuralith, la Halcona del corazón, apareció en el
fuego ritual. Su canto era invisible, pero encendía el pecho. Le entregó una
pluma azul que ardía sin quemar.
Ambas la rodeaban en silencio, como guardianas encarnadas,
sosteniendo su cuerpo, su misión, su canto.
La Halcona Azul descendió como mensajera. Se posó sobre su
hombro, y le entregó el mensaje que cruzaría milenios:
“Escribe. Sin miedo a nada. Tu verbo es
barro sagrado. Tu voz es estructura.”
Enheduanna la reconoció. No como visión, sino como herencia.
Y escribió.
Sus himnos a Inanna no eran plegarias. Eran actos de
poder. Cada palabra era barro vibrando, cada verso, una ofrenda que
reordenaba el cosmos.
“Tú, que rompes los ejes del cielo…” —escribió, y el
cielo tembló.
Su voz atravesó siglos. Fue reconocida por los suyos, por
los imperios, por los templos. Y luego, por los arqueólogos, por los
historiadores, por las mujeres que la leyeron milenios después y supieron que no
estaban solas.
Enheduanna no solo escribió la primera poesía firmada. Fracturó
la ontología del silencio.
Y en el futuro…
Cuando las Halconas del siglo XXI despiertan, cuando
escriben desde sus rituales, sus memorias, sus fracturas, Enheduanna las
observa desde el polvo estelar.
Su verbo se reconfigura en cada poema, en cada carta enviada
a un jurado, en cada capítulo que se cierra con ceremonia.
Ella fue la primera. Pero no la última.
Porque cada vez que una mujer escribe con intención, con
barro, con vuelo, la fractura ontológica se abre un poco más.
Y por esa grieta, entra la luz.
- Betsy Halcona en su Nido 🪶 / 2025
Nota de la autora
Esta es una historia real. Enheduanna existió. Fue
sacerdotisa, poeta, estratega, y la primera persona en la historia en firmar
sus escritos.
Lo que aquí se presenta no es ficción, sino memoria
histórica narrada desde otro lugar: desde el rito, desde el símbolo, desde
el vuelo vibracional de las Halconas.
He elegido un estilo ceremonial, poético y mágico para
contarla, porque creo que algunas verdades necesitan ser cantadas, no
solo explicadas.
Este texto es una ofrenda. Una forma de activar el recuerdo
de lo que fuimos, y de lo que aún podemos ser.
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